La calor y otras plagas
Escena I
En una casa de un barrio olvidado
Él: Mira, Gervasia, es que sin luz todo parece más oscuro.
Ella: Con lo cara que está. Solo nos falta que nos cobren por abrir la ventana para dejarla entrar.
Él: ¿Estás loca? ¿Cuál ventana? Si anoche se la robaron.
Ella: Por lo menos así nos entra el fresco. ¡Sí que hace calor!
Él: Eso es lo que está entrando.
Ella: ¿El fresco?
Él: ¡No, la calor!
Ella: Anacleto, te he dicho mil veces que no se dice así.
Él: ¿Entonces qué quieres que diga?
Ella: Di lo que te dé la gana. ¿Ya comimos?
Él: ¿Comimos? ¡Nos dimos un banquete de pescado, cerdo y mondongo!
Ella: Pedazo de zoquete, vos sabés que no hemos comido nada. Para que te inventás esa comida, ¿para darme más hambre?
Él: Dijiste que dijera lo que me diera la gana, y me dio por decir que habíamos comido.
Ella: Estaba hablando de “la calor”.
Él: ¿Ves? ¡Te cogí! ¿No ves que sí se dice?
Ella: Que vos lo digás no quiere decir que se pueda decir.
Él: ¡Mentiras! Si lo acabo de decir y vos lo acabás de decir, entonces quiere decir que sí se puede decir.
Ella: ¿Qué horas serán?
Él: Si pudiera decirte tampoco te lo diría, porque al reloj se le cayeron las patas.
Ella: Las manecillas.
Él: Esas también se le cayeron.
Ella: Lo que quiero decir es que si ya es hora de dormirse.
Él: ¿Con la barriga vacía?
Ella: Vos siempre metiendo la barriga donde no la están llamando.
Él: Anoche tampoco comimos y solo pensarlo me está dando más hambre.
Ella: Pues pensá que ayer comiste lo más de bueno y asunto arreglado. No seás problemático.
Él: Buena idea. Voy a pensar eso. Pero, ¿qué pasa si la barriga no me cree?
Ella: ¿Te acordás de esa vecina gorda que teníamos en la otra casa?
Él: Cómo no me voy a acordar de ella, si me pagó para que le agrandara la puerta de la casa porque ya no podía salir.
Ella: Dijeron que se había muerto de hambre.
Él: No fregués, ¿cómo se puede morir una gorda de hambre?
Ella: Se puso a hacer dieta.
Él: Justo como nosotros. Lo único que nos faltaba, ¡morirnos de hambre en una dieta de flacos!
Ella: Mirá Anacleto, ¿no te gustaría conseguirte otro empleo?
Él: ¿Qué hay de malo con el que tengo?
Ella: Que lanzar candela por la boca en un semáforo en rojo ya no paga.
Él: Qué querés que haga, ¿que la lance cuando se ponga en verde para que me mate un carro?
Ella: Capacitate, hombre. Aprendé a hacer malabares, mima, payasadas, a caminar en la cuerda floja entre poste y poste, a comer espadas…
Él: Tú siempre con el tema de la comida. Me está dando más hambre
Ella: No me cambiés el tema. Mañana salgo a buscar trabajo.
Él: El vampiro no ha venido hace dos semanas.
Ella: ¿Estás delirando por el hambre y viendo visiones?
Él: No, me refiero al hombre que trabajaba de vampiro en el otro semáforo, no ha regresado a su parche. Ahí hay una vacante.
Ella: Tal vez consiguió empleo en un banco de sangre.
Él: Todos los bancos son de sangre, lo exprimen a uno hasta dejarlo en la calle.
Ella: “Mañana será otro día y el ayer será mañana, más ginebra compañero, que aquí no ha pasado nada”.
Él: Ahora tú estás delirando.
Ella: Estaba citando un poema.
Él: ¿Y sí llegó a la cita?
Ella: No nunca llega.
Él: Buenas noches.
Ella: Hasta mañana. Y no se te olvide cerrar la ventana.
Él: ¿Para que no entre el fresco y nos joda la calor? ¡Olvídate!