Los demonios de traje y corbata,
disfrazados de ángeles
dijeron que estaban dispuestos
a negociar los Mandamientos
porque eran letra antigua
y que además, ellos eran la mayoría en esta tierra.
Empezaron por el ‘’No Matarás’’,
para ellos era un precepto inaceptable,
porque con eso se acabarían las
guerras, y sin ellas
la gente perdería sus deseos
de odiar, y sin odio
la gente se empezaría
a perdonar,
entonces los demonios, además de sus colas,
perderían su razón para existir y conspirar.
Los demonios fueron escuchados,
hablaron por sus grandes bocas,
emanando nubes de azufre
cuyo aroma trataban inútilmente
de cubrir con blancas flores de eucalipto.
Alguna gente pensó que matar era bueno
porque así siempre había sido,
eran religiosamente fieles
y cada año celebraban
con una que otra forma de tortura
su “valle de lágrimas”
y recordaban que desde que Caín matara a Abel
nada había cambiado.
Otros dijeron que matar estaba mal
porque así nunca terminarían las guerras
ni habría paz
y a una venganza, siempre le seguiría otra.
Sin embargo, nadie podía ponerse de acuerdo,
porque el bien de unos era el mal de los otros,
así que el odio y la desolación
no paraban,
mientras tanto, los demonios disfrutaban
cantando las bellezas de la guerra.
Finalmente,
surgió una disputa entre los demonios mismos,
ya que todos querían ser a la vez
la gárgola mayor
y no podía ponerse de acuerdo
en cuál tenía la boca más fétida,
los cachos más amargos,
los dedos más torcidos
y la mirada más repugnante.
Fue así que resolvieron su trifulca
de la única manera que sabían:
matándose entre sí.
Desde entonces empezó
a reinar la Paz y la gente entendió
que no había que hacerles caso
a los demonios disfrazados de ángeles.