Hay perros que les son fieles a una puerta,
así esa puerta nunca se les abra,
permanecen sentados bajo su dintel
por días, años, décadas,
husmean, arañan…
pero la puerta sigue sin abrirse
y ellos sin perder su esperanza
de que algún día
ocurra algo extraordinario
y se abra la puerta de la casa,
para ser recibidos
como el perro que había anunciado
desde siempre su llegada…
Hay otros perros que ladran
desde puertas cerradas,
descontentos con todo lo que pasa
viven encerrados
persiguiendo su propia cola
ladrándoles a fantasmas,
esperando en sus ladridos
a que esa puerta se les abra
para resolver de una vez por todas el misterio
de quiénes son esas sombras que pasan.
Pero, hay otros perros
que pasean libres como el viento,
recorren calles y avenidas
a sus propias anchas,
para ellos las puertas
no significan nada,
pasan, las huelen,
si acaso las orinan
y se pierden en la distancia.
Hay otros perros,
como fantasmas,
que atraviesan las puertas
de cualquier casa,
para ellos las puertas
solo son incómodos objetos
por los que tan simplemente entran y salen
ya que saben ignorarlas.
Al caer la tarde, vemos a los perros
que jamás conocieron una puerta,
los que jamás estuvieron encerrados
adentro o afuera de una casa,
los que nunca sufrieron
porque nunca esperaron nada,
los que no fueron abandonados
porque no dejaron
que nadie los cuidara,
esos son los perros
que ladran en la noche
invitándonos a vivir en su manada.
