Damas y caballeros, hoy quiero compartir con ustedes la nube número ochenta y tres, sueña con ser águila, le encantaría ser conejo, pero en su corazón de vainilla y canela se insinúa un magnífico helado de ilusiones, hecho al gusto de cada uno de los interesados.
Debo parar aquí, ya que se aproxima, perseguida por el viento, la nube noventa y cuatro, su único crimen: decir que todo lo cierto es incierto, y que en este reino fatuo y vacío, lo más derecho es lo que está torcido…