En el circo encontramos al niño que dejamos atrás,
la sonrisa extraviada entre una multitud gris,
los zapatos de bailarín que dejaron de brillar tras el último aguacero de la vida,
la osadía de caminar por la cuerda floja de la existencia, con los ojos vendados, pero con la plena fe de que llegaríamos al otro lado,
el saber que así colgáramos del cuello, dando vueltas a 10 metros de altura entre la vicisitudes de la vida, al tocar tierra escucharíamos el aplauso del mundo, recibiéndonos de nuevo a la vida,
la jaula de la muerte en la que dos motocicletas a punto de estrellarse, jamás lo hacían, así sus conductores no tuvieran seguro de vida ni de muerte, metáfora de nuestro propio andar por las jaulas de este mundo, a veces inconsecuente,
la alegría de la mujer oruga, que después de arrastrarse por los rincones más bajos de la tierra, se convertía en una hermosa mariposa, flor voladora, llena de inocencia y de colores,
el humor del payaso cuyo maquillaje se había quedado en otro circo, así como a nosotros se nos queda en ocasiones la cara de alegría guardada en el baúl de los recuerdos, pero a fuerza de querer reír, maquillamos de nuevo nuestra existencia con la cosas bellas de la vida,
el aplauso final, la despedida de este circo de la existencia, así solo 18 espectadores hayan acudido a nuestra función, pero igualmente representamos con fervor todo el acto, porque la vida es un circo donde con o sin maquillaje, con público o sin público, con alegría o con tristeza, debemos continuar con la función hasta que caiga el telón y el último espectador haya abandonado la carpa y solo quede doña Luz, vendiéndonos el último farol que nos ilumine por las calles oscuras de la vida…