Era un día espléndido en Gatilandia, el sol brillaba en un cielo completamente azul y los pajaritos se bañaban en los pequeños remansos de agua de los arroyos. Una que otra abeja reposaba en una flor de las diez mil que tenía que visitar ese día. Pero, Fernando, el ratón, parecía intranquilo, tenía un mensaje urgente para su amigo Lucas, el gato. Cuando supo que Lucas estaba por ahí cerca, tomó uno de los cientos de túneles que había excavado, y presto desapareció bajo tierra. Llegó con sigilo por detrás del gato. Este tomaba su siesta, amodorrado en un montón de paja. El ratón en silencio se acercó dando saltitos, y ¡zas! le haló la cola, y Lucas se despertó sacando sus garras y mostrando sus colmillos, para defenderse del feroz atacante, pero todo lo que vio fue a Fernando, rascándose la barriga y riéndose locamente…
“¿Qué quieres, Fernando, que me despiertas y casi me matas del susto?”, preguntó Lucas.
“Tengo un mensaje urgente para ti”, dicen que un saboteador planea estar hoy justo al mediodía en el concierto de Gatedades y si yo fuera tú, correría a avisarles.
“No puede ser, dijo Lucas”, saldré tan rápido como mis patas me lleven encima de la patineta.
Lucas pensó que nunca había habido una emergencia peor que esta, un saboteador podría arruinar el concierto y tal vez tendrían que suspenderlo. Aceleró lo más que pudo su patineta, pero a medio camino una nube cubrió el sol, y su patineta solar dejó de funcionar.
“Maldición”, exclamó Lucas, nunca llegaré a tiempo.
Tuvo la fortuna de que el conejo, Roncancio, pasara en ese momento en su bicicleta y le pidió un aventón hasta el Gatitorio, donde sería el concierto.
Alcanzaron a andar dos cuadras cuando la bicicleta pasó sobre un clavo, se escuchó un pequeño “puf” y la llanta de atrás quedó más plana que una nota de un piano.
Lucas empezó a caminar, no podía perder ni un segundo. Si embargo, Lucas, tuvo la fortuna de que el León, Leonardo, pasara en su motocicleta eléctrica y le pidió un aventón hasta el Gatitorio. “Súbete no más, que el camino es largo. Aquí tienes tu casco. La multa por no usarlo es romperse la cabeza”.
Lucas se trepó contento en la moto y salieron volando, pero unas cuadras más adelante la batería se descargó por completo y ambos se tuvieron, que bajar, mientras Lucas seguía a pie, Leonardo arrastraba la moto a un sitio de recarga unos kilómetros más adelante.
“Maldición”, exclamó Lucas, nunca llegaré a tiempo.
Pero, tuvo la fortuna de que Orlando, el oso, pasara en ese momento en su cacharrito de gasolina y le pidió un aventón hasta el Gatitorio.
“Precisamente voy para allá”, dijo Orlando, mientras pasaban por un cementerio de vehículos eléctricos abandonados. Se taparon la nariz porque emanaban un olor desagradable.
“Por suerte mi viejo cacharro es a gasolina”, dijo Orlando, “no se vara como esos vehículos modernos”.
“Ni tampoco se le acaba la batería, antes hacían mejor las cosas”, comentó Lucas.
Pronto llegaron a Gatilandia, Lucas le dio las gracias a Orlando por el aventón y se bajó a cumplir con su misión.
En una esquina vio a su amigo Locancio con una guitarra destemplada, cantando una vieja canción de Jimmy Hendrix.
“Locancio”, dijo Lucas, “te traigo noticias urgentes”.
Pero Locancio continuó con su desafinada canción, el ruido de su amplificador no le dejaba escuchar nada.
Con un golpe de karate, Lucas desconectó el amplificador y se acercó a Locancio: “¿Me escuchas ahora?”.
Locancio lo miro con los bigotes destemplados. “¿Qué pasa, no te gusta mi música?”, preguntó.
“Nada que ver”, respondió Lucas. “Se trata de algo urgente. Me avisan que un saboteador planea estar hoy justo al mediodía en el concierto de Gatedades, ¡hay que avisarles!”.
“¿Dijiste ’saboteador’?”, preguntó Locancio mientras su guitarra daba un gran chirrido.
“Exactamente”, reafirmó Lucas.
“Vamos a avisarle a la gente de Gatedades ahora mismo… están ensayando en el sótano de…”.
En ese momento pasó un carro de bomberos haciendo un gran escándalo, que no le permitió escuchar más a Lucas. En una esquina un bus eléctrico se estaba incendiando y los pasajeros huían presos del pánico.
Fue así que Lucas decidió simplemente seguir a Locancio. Treparon tapias, saltaron cercas, escalaron techos, se escurrieron por estrechos pasadizos y finalmente entraron por una ventana rota a un sótano de donde salía una música maulladamente melodiosa.
Una gran luz de neón de color ámbar instalada en una pared titilaba: “I love Gatedades”.
Locancio se acercó al escenario y murmuró algo en secreto al oído de Gatopardo, el líder de la banda. Este de inmediato paró el ensayo y convocó a los demás músicos, así como a los Poligatos, encargados de la seguridad. Conferenciaron por unos minutos, y finalmente Gatopardo anunció: “Es hora de dirigirse al Gatitorio, algo terrible puede suceder”.
“Espero que no”, dijo Lucas mientras se apresuraba a seguirlos.
Las filas para entrar al Gatitorio eran larguísimas, Gatedades estaba lanzando oficialmente su disco más reciente: “Celebremos el Ceodós”, una mezcla de rock con carranga, de oxígeno y carbono, cuyo preestreno pegajoso ya andaba de boca en boca y de miau en miau.
En ese momento apareció Locancio, con su guitarra crujiendo, colgada en un hombro. “¿Ya encontraron al saboteador”, le pregunto a Lucas, “podría estar camuflado entre los espectadores”.
“Los poligatos están revisando a toda la multitud que entra, le será difícil colarse”.
“Pero si hasta yo sé colarme al Gatitorio” dijo Locancio. “¿Quieres que te lo demuestre?”.
“No en este momento, gracias”, susurró Lucas .
De repente, una de las cuerdas de la guitarra de Locancio se reventó con un feo sonido y Locancio dio el salto del siglo, sorprendido por el ruido. Sin proponérselo, con el salto le dio un guitarrazo a un gato atigrado que pasaba a su lado presuroso y que cayó estruendosamente al piso, completamente noqueado.
“Llamemos a la Cruz Rosa” dijo Locancio, pero no tuvieron tiempo de hacerlo, porque de repente vieron que del chaleco a rayas del gato atontado se filtraba un líquido verdusco de un olor desagradable.
“¡No puede ser sangre verde!”, exclamó Locancio.
Lucas de inmediato le abrió el chaleco y vio un recipiente con un líquido incendiario que se estaba regando. Al lado había un detonador. Los Poligatos, que ya habían llegado al lugar de los hechos, desarmaron con pericia el artefacto
“¡Locancio, eres un héroe, acabas de noquear al saboteador y salvado el día, ahora sí podremos escuchar el concierto tranquilmente”.
Entre tanto, los Poligatos arrestaron al saboteador, que más tarde se sabría estaba pagado por una corporación que quería acabar con los hidrocarburos para que nadie tuviera combustible barato, ni se pudiera movilizar, y de paso vender sus tecnologías de sol y viento, caras, escasas, peligrosas y falsamente verdes.
Las luces del escenario se prendieron y un spot iluminó a Gatopardo, quien empezó la función: “Damas y caballeros, gatos y pelagatos, gatas y regatas, gracias por venir a nuestro concierto “Celebremos el Ceodós”, mientas que en una pantalla aparecía escrito “CO2: El Gas de la Vida”. “Hoy vamos a cantarle a la vida o sea al CO2, con esta carranga-rock, y dice”:
“No me voy a calentar
yo no creo en propaganda
y que viva la carranga
de este rock tan singular”
“Esta cosa no es global
es más bien un agua termal
el calor solo dilata
pero el frío sí nos mata”.
“Todo lo han dicho al revés
sin CO2 no hay fotosíntesis
sin fotosíntesis no hay comida
y sin comida no hay vida”.
“¡Las mentes contaminadas
con su falsa ideología
quieren acabar con la vida
con su tal carbono cero”.
“Este es el chiste cruel
también un pacto suicida
nosotros somos el carbono
quieren acabar con la vida”.
“Vamos a decir ’NO”
a la transición energética
es la manera directa
de acabar con la vida
y de destruir el planeta”.
“¡Que viva el CO2
es nuestra fuente de vida
No más Nuevo Orden Mundial
que es un gran pacto suicida!”.
Y, acabaron con el coro:
“No me voy a calentar
yo no creo en propaganda
y que viva la carranga
de este rock tan singular”
“Esta cosa no es global
es más bien agua termal
el calor solo dilata
pero el frío sí mata”.
Las luces hicieron un bonito juego de colores y los gatos asistentes aplaudieron a rabiar. Después de todas las canciones del concierto irían a una gran marcha para protestar contra el Gato Mayor, al que habían prometido derrocar por ser un gran lacayo del “Nuevo Orden Mundial” que simplemente era el “Viejo Orden Mundial” de siempre, pero esta vez para exterminar a la mayoría de los gatohablantes del planeta.
Mientras tanto, en el escenario que ya se estaba desmontando, Gatopardo charlaba con Locancio y Lucas.
“No saben cuánto les agradezco haber salvado el día”, dijo Gatopardo.
“No hay de qué, era nuestro deber gatuno”, dijo Lucas.
Y, dirigiéndose a Locancio, Gatopardo miró su guitarra y dijo: “Tal vez si te compramos otra guitarra y practicas con nosotros, podrías ir en una de nuestras giras, ¿te gustaría?”.
“¡Claro que sí”, dijo Locancio, “pensé que pasaría el resto de mi vida en esa esquina rasguñando la guitarra… pero entonces llegó el amigo Lucas y me salvó la partida…”.
“Pues, ahora tienes todo un planeta para salvar, ¡buena suerte amigos! Si no hubiera sido por el ratón, Fernando, nunca habría sabido del saboteador”, dijo Lucas.
“¿Quieres decir que un ratón nos salvó la vida?”, preguntó Gatopardo con un gesto de incredulidad.
Los tres gatos se miraron a la cara y después de un segundo de silencio soltaron una gran carcajada maullada, que según los testigos, se oyó de Nueva York a Chicago y desde Moscú hasta Beijing… el mundo en verdad ya los estaba escuchando.
THE END
Que buena Historia gatuna fernando muy querido por informarle a lucas sobre el saboteador, la union hace la fuerza todos para uno y uno para todos. Me gusto mucho