Tras de cada ventana hay un mundo
donde habitan seres y cosas,
escondidos a plena vista
por el reflejo de un cristal
o por la palidez de una cortina.
De vez en cuando podemos dar una mirada
a esos mundos interiores
por pequeñas cosas
que sin querer se asoman
de rincón en rincón,
de sombra en sombra.
Pueden ser imágenes sutiles
como una abuela en su silla
meciendo la tarde,
o la cola de culebra de un gato,
o unas manos de niño enmarañadas
en una simple hoja de papel…
Si uno se atreve
a correr la cortina con la mirada
será transportado
a otro mundo,
donde una anciana teje sin parar
el manto de la vida
con galaxias, partos,
planetas, plantas,
y espirales cósmicos de recuerdos y olvidos,
donde un viejo marino
acompañado por su gato,
contempla otra ventana
por la que desfilan sus días de gloria,
de vendavales y de ballenas rosadas,
cabalgando la cresta de las olas
impregnándose de mar y de gaviotas,
transpirando sal por la piel curtida bajo el sol,
y levando anclas con sus manos
poderosas como garras
y frágiles como las sombras de la mañana…
pero, si uno baja la vista,
podrá ver en el piso a un niño
que recorre el mundo
en un avioncito de papel,
volando por montañas de algodón,
picos nevados de azúcar
y selvas de cartón…
En días afortunados
cuando se enfilan los planetas
y las miradas
tal vez podamos ver
nuestro propio reflejo en la ventana,
mirándonos con ojos inocentes de gato
mientras desfilan calle arriba
y corazón abajo
las mariposas de la vida
que dejamos escapar
tras cada paso…